Entretenimiento

Mis sabores favoritos

Cocinar con niños, una disciplina más que olímpica, que requiere mucha concentración y sabiduría…

Noe Martínez / LIVING LA VIDA MADRE

 

 

SUGERENCIA MUSICAL, «You are my flavor», de Lenny Kravitz

Salto de pértiga. Natación sincronizada. Levantamiento de pesas. Esgrima. Tiro con arco. Y cocinar con niños. Cualquiera de estas actividades son merecedoras de medalla olímpica y mención de honor, sobre todo, sobre todo, sobre todo, cuando el plan de ataque implica harina, huevos y azúcar: entonces, queridos míos, si son ustedes píos, acójanse a la fe con fuerza, porque a la aspiradora ya les supongo pegados…

– A ver, lo primerito: mandil y cojín para la silla…

Lo sé, hay que tener arrestos e inconsciencia para proponer como plan de domingo tarde una sesión de repostería casera. Pero yo soy así, muy a la cae, muy a la de qué sea lo que San Benito quiera, y ya si eso, después voy viendo. Miro a mis niños, tan deliciosamente descoordenados, tan de sois mi sabor favorito, de rodillas sobre la silla de la cocina, y pienso, así tuviese que hacer de mi cocina la pista de hielo artificial del Xanadú (a la harina por el suelo me remito), merecería la pena. Ante todo, mucha calma, que para ponerse turuta, sobra el tiempo y la ocasión. Así que, mandilito puesto, cada uno con su rodillo y el bol preparado para empezar el aquelarre de ingredientes: ¡Qué empiece la fiesta!

– Tenemos que echar 250 gr de harina, procurando que caiga toda dentro del bol, ¿vale? – Antes de que termine la frase, tengo cuatro manos arrebatándome componente en cuestión – Eeeeiiiiiii, ¿pero vale o no vale? Dije d-e-n-t-r-o d-e-l b-o-l.

– No vaaaaleeee, es que Lorenzo quiere ser el primero en echar la harina, y yo soy mayor… – Nicolás, que suele sacar a pasear su supremacía en cuanto a longevidad, pone morritos de besugo – Yo así no juego…

– Y qué bien haces, amor, porque lo que hay que hacer es cocinar, no jugar… – Le doy un beso en la nariz, mientras intercepto las manitos del bebé, raudas a hacerse con un huevo para vete tú a saber qué – ¡Oye, orden, orden en la saaalaaaa…!

– Es un buevo míaaaa… – Protesta, intentando que le deje hacer con la cáscara un bonito espachurrado.

– ¡Lorenzo, los huevos no son tuyos: lo que hay en casa es de toooodoooos…! – Apostilla Nicolás, cual letanía, jartito de oír el mismo argumento aplicable a cualquier cosa que implique es mío y no te lo dejo.

– Sólo espero que no estéis hablando de mí… – El paciente padre aparece en escena, muerto de risa – En ese caso, lo mío sí es sólo mío.

– Papá, hombreeee… – Cojo un pellizco de harina y los salpico – No me seas bocanegra…

– Bocanegra es un pirata fierísimo, ¿sabías, papi? – Nicolás se viene arriba, porque argumentar es un verbo que se cuñó pensando en él – Y tan fiero era, que todos los demás piratas del espacio del mar se llaman bocanegros.

– ¡Bucaneros, Nicolás, bucaneros…! – Le doy a la cabeza, en medio de un jijiji generalizado – Y haz el favor de estar a lo que tienes que estar, como no sujetes el bol, se nos va caer todo sobre la mesa.

– ¡Lorenso quiere puchara para asííííí…!*

Lorenzo quiere cuchara para ‘así’. Y ‘así’ es, ni más ni menos, que remover como si fuesen las aspas de un molino. Por si no queda claro que quiere mezclar los ingredientes hasta la pulverización, mueve y mueve y mueve sus manitos regordetas, al más puro rey de la pista de baile, en pleno estribillo de ‘La mayonesa’.

– ¡Hijo de mi vida, te veo y huelo el Regatón…! – El paciente padre se ríe, buscando hueco para participar en la sesión de tarde pastelera – Yo también quiero cocinar, ¿puedo?

– ¡Claro que puedes! – Contesta mi mayor, acercándole-lanzándole un paquete de azúcar que, s-o-c-o-r-r-o, no contaba estuviese abierto – ¡Ay, mi madriñaaaa…!

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Here I am: esa soy yo. En un nada que alguien se desmanda y actúa a su voluntad, el showcooking se viene abajo. O arriba. O de izquierda a derecha, tal cual el reguero incontrolado de minúsculos granitos de azúcar que inundan la mesa + el suelo + el aluminio de la ventana + la cara de papá. El bebé, que es listo y rápido como un finalista del rosco de ‘Pasapalabra’, arquea las cejas, enseña los dientes y musita, mirando a su padre…

– Oh, oh, a bañera, ¿sí, papito? Valeeee… – E intenta limpiarle la cara de azúcar, con la mala suerte de que, en el intento, le mete el dedo en el ojo.

– ¡Ostrás, Lorenzo, ten cuidado con los ojos de papá, que necesita los dos para llevarnos en coche a la piscina de bolas! – Sentencia mi mayor, como si el desaguisado no tuviese origen y fin en él, mismamente.

– ¿Estás bien…? – Me apresuro a acercarle un paño, para que, por lo menos, con el ojo que aún puede ver sin lagrimear a todo meter, pueda gestionar el limpiado de cara.

– Supongo que sí, pero habría que saber cómo se siente un cíclope, para comparar… – El paciente padre se cubre el ojo chafado con la mano, y nos mira, cual corsario.

– Ves, mamita, los bocanegros también llevaban parche, como papá ahora…

Y la puritita emoción hace que Nicolás se ponga en pie en la silla. Aun no ha pasado, pero veo venir el caos en 3, 2, 1; así que, despliego mis sentidos de madre curtida en desastres naturales domésticos (Colacaos voladores, témperas escurridizas, champús deslizadores, natillas body art…), y antes de que el bol vuelque, ahí estoy yo.

– ¡Mío…! – El paciente padre, me da el OK con el pulgar, feliz de que mis reflejos instintivos estén ready to go – Una cosa os digo, chatos, o nos organizamos o aquí se acabó el hacer un bizcocho molón.

– Noooo, un bisscossso nooo, esuncacaqueik, mamita…*
Un cacaqueik es un postre maravilloso, siempre y cuando el nombre no haga honor a sus ingredientes. A mí me da lo mismo, como lo mismo me da, bizcocho que cupcake (ortodoxia al canto), así que voy hacia el armarito y saco el tubo de papelitos estriados, de colores locos, a cada cual más pintoresco.

– Ooooh, vayaaaa, unarcoíriiiiiissssss… – El bebé quiere hacerse con la bacanal de colores, y bol vuelve a peligrar.

– ¡Mío! – Esta vez es el paciente padre el que despliega sus alas de BatDad.

– No es un arcoíris, Lorenzo, es una espada láser de joven Jedi… – Y otra vez de pie sobre la silla, y bol en situación de alarma nuclear.

El paciente padre y yo nos miramos (él, claro, con un solo ojo…) y sin decir nada, porque para qué, nos entonamos el Manolete, si no sabes torear, para qué te metes. Repartimos responsabilidades, intentado domesticar a los cocineritos, ocupándonos de uno cada uno.

– Si salimos vivos de la sesión de repostería, recuérdame que la próxima vez que se me ocurra algo semejante, pida hora en la pelu para hacerme la cera en la ingles: se me antoja más relajado, oyes… – Arguyo, haciendo juegos malabares para cascar un huevo a dos manos y cuatro manitas.

– No te preocupes, que si te ocurre, precinto el horno con cinta americana… – El paciente padre intenta que el bebé no se meta dentro del bol. Pero dentro del todo, a lo nadador olímpico.

– Mami, me piiiica el culooooo… – Y veo como Nicolás, con las manos pringadas en masa, hace movimientos espasmódicos, intentado, supongo, rascarse el susodicho con el respaldo de la silla.

– Espera, espera, esperaaaaa…

Pero no esperó, y para cuando reaccionamos, mi mayor está aliviando su picor con la mano. Con todo el pringue. Con toda la masa a medio ligar. Con los deditos napados en engrudo horneable, ahí está él, dale que toma, hasta que se queda de lo más a gustito. Nos quedamos cochifritos de estupefacción, cada uno a su manera y con sus cuitas. El paciente padre preguntándose si algún día recuperaría la visión, abandonando la ciclopegia, y yo, preguntándome si tendría que usar un estropajo de alambre para quitar la masa del pompis de mi miniyó. Vemos al bebé jugando con un volcán de harina en la mesa, levantando polvareda una y otra vez. La intuición no falla: venga, otra vez la burra al molino…

– ¡Atchííííís…!

Estornudo + harina = tormenta de nieve. Ojú, venga, que por si queda claro, comparto reflexiones muy desde lo hondo: sin duda, la ley de Murphy la acuñó la señora Murphy haciendo magdalenitas con sus Little Murphys. Bueno, quien dice magdalenitas, dice cacaqueiks, que este Olimpo del amor que es mi hogar, lo mismo amasamos, que nos rascamos el ‘ya te dije’. En fin, que familia que hornea unida, jamás será vencida: listen and repeat, oh yeah…

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