Una luz en la niebla

Antonio Gil-Terrón

Clavamos nuestras raíces en el vivero del Mundo, mientras, contemplamos con indiferente frialdad, el suelo que un día nos reclamará como abono.

Pero qué más da que la tierra obtenga un poco más de nuestros cuerpos… ¿acaso no eran pedazos nuestros, ese pelo y esas uñas que nunca nos molestamos en enterrar, y que no recibieron más honores ni sepelio que aquél que un cubo de basura les pudo ofrendar?

¿Y qué diferencia hay entre el pelo y el corazón, o entre las uñas y los pulmones…? ¿Permitirnos estar más años aferrados al vivero, antes de terminar en una necrópolis? ¿Y para qué? ¿Para dar frutos que también habrán de desaparecer algún día?

¿Entonces…? ¿Qué somos en realidad? ¿Qué nos diferencia de una flor o un almendro? ¿Acaso el vivir más? ¿Acaso sentir…? Y sentir, para qué, si al final nuestros cuerpos terminarán pudriéndose igual.

Caminamos sobre viejos cementerios olvidados, repletos de huesos de linajes de familias que hace años se extinguieron y nadie llora ya. Caminamos sobre las tumbas de poetas a los que nunca nadie leyó; de escultores a los que nadie quiso inmortalizar; de filósofos cuyo manuscrito pensamiento nadie quiso publicar.

¿Quiénes, o qué, somos en realidad? ¿Acaso frutos del azar? ¿Hijos de la nada? O, peor aún, hijos de una reacción química que despierta – como en el resto de animales – el instinto de reproducción… Y de ser así, para qué tanto pensar; para qué tanto sufrir, si corremos por un angosto pasillo nuestras vidas recibiendo palos detrás de una zanahoria a la que tan solo de vez en cuando nos dejan mordisquear, mientras en nuestra impotencia, intentamos construir sueños sobre un mundo de pesadilla…

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Y si luego no hay nada más, ¿qué locura sin sentido es esta? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Qué cruel química es la que me permite pensar, si en muchos casos no puedo hacer nada salvo dejarme arrastrar y tragar? ¿Qué cruel química es la que produce la impotencia?

¿Por qué me siento pleno obrando el bien? ¿Por qué algo me impele a combatir la injusticia? ¿Será también por una reacción química de mi cerebro, fruto de la evolución? ¡No!; por qué existen otros muchos que se deleitan haciendo justamente lo contrario; más bien, injustamente.

Pocos científicos se atreven a discutir el diseño inteligente de la Creación, en el que se incluye el hombre y la complejidad de su cerebro. Todo cuadra y tiene sentido, menos en el caso del ser humano y su consciencia racional y emocional, en el que no solo cabría hablar de diseño inteligente, sino de diseño inteligente y sádico…

Claro, salvo que estemos dotados de un espíritu inmortal que debe de recorrer un difícil camino, a través de diferentes existencias, a la búsqueda de sus orígenes perdidos, en aquel mundo sin dolor ni lágrimas del que una vez fuimos expulsados.

Es en el Evangelio, y en Orígenes, “el santo sin corona”, donde encuentro respuestas a todos los interrogantes planteados en este escrito.

@elvelorasgado

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