La ausencia

Jose Segura / LO QUE HAY

“Como columnista vuestro que soy, os debo una explicación, y esa explicación que os debo, os la voy a pagar.”

Me apetecía remedar el famoso discurso del alcalde (Manolo Morán) de ‘Bienvenido Mister Marshall’, dirigida por el inefable, cáustico e incomparable Luis García Berlanga, para explicar a mis amables lectores las razones de mi ausencia, que aún ha de durar por un tiempo más.

Yo siempre me he considerado una persona tolerante y agradecida. Tolerante suficientemente para contar entre mis amistades con personas de derechas, sin que ello me produzca rechazo alguno. Se habla, se discute, se respeta y punto. Pero la amistad es lo primero y allá cada uno con su ideología y con sus creencias.

Y agradecido porque reconozco que esas personas de derechas a las que aprecio, también son tolerantes conmigo y soportan mis chorreos y mis escritos más o menos rojeras. De hecho, jamás un medio de derechas me ha censurado un artículo, si exceptuamos la época franquista, en la que los censores me caparon bastantes escritos.

Pero llega un momento –casualmente en período electoral- en el que algún amigo de derechas, se adhiere como una lapa a las posiciones más retrógradas, fundamentalistas, intolerantes y potencialmente delictivas, propias de una extrema derecha que niega los derechos comúnmente aceptados por la mayoría de la sociedad y obligados por las leyes españolas y por los más elementales derechos humanos.

No me parece de recibo que algunos medios de comunicación estén dando cancha a las ilegítimas e ilegales consejas del cardenal Cañizares, cuyo perfil reaccionario es de sobra conocido, y que durante estos días ha llegado a su propio paroxismo, negando el pan y la sal a todo ser humano que no se encuentre entre su rebaño más intransigente. Incluso se publican –sin filtro alguno- diatribas contra las más abiertas actitudes del Papa Francisco, al que se ha llamado advenedizo, traidor y golpista entre otras lindezas, simplemente por cumplir con la misericordia –hoy derecho- que pregona el Evangelio con aquellos y aquellas, que sin hacer daño a nadie, ningún ser humano debería juzgar.

También me cuesta mucho aceptar las falacias que algunos o algunas escriben –y se permite su publicación- respecto a que algunas cuestiones populares, que no religiosas, que forman parte de procesiones tradicionales, sean revisadas por puro respeto a los animales anteriormente maltratados –apuestas incluidas-, acusando a las autoridades que ejercen los cambios de ir contra la Iglesia y llamándoles anticlericales por ello.

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Nada tiene todo esto que ver con mi declarada posición personal ante las religiones. Como prueba, yo mismo he realizado a lo largo de mi vida el viaje desde no practicante a agnóstico y, más tarde, ateo. Pero siempre con respeto. Mi protesta –dura palabra que no sé si se pasa un poco- se debe a mi dificultad para mezclarme con personas que atentan contra los derechos fundamentales del ser humano y contra la ley. Por ahí, no paso.

Otro tanto está ocurriendo de nuevo, por enésima vez, con la guerra de la lengua en el País Valenciano, denominación que uso siendo consciente de que yo también subvierto la ley, aunque intento hacerlo sin agredir los derechos de nadie.

Para mí, las buenas formas son muy importantes porque significan el único entorno posible para el entendimiento entre contrarios. Por eso me cuesta admitir que se amplifiquen los insultos contra todo aquel que defienda las únicas normas escritas y legales sobre el uso del valenciano, curiosamente aceptadas durante décadas por el Partido Popular, esa misma organización que ahora se presta de nuevo a la guerra lingüística de la manera más hipócrita, pues su propio programa informático de traducción y corrección –SALT- sigue al pie de la letra las normas que he citado hace unas líneas.

Y tampoco entiendo que el pacto de diálogo aprobado por los respectivos consejos rectores de la Academia Valenciana de la Lengua –única institución oficial sobre el uso de la lengua- y la tradicional para algunos y respetable para todos Real Academia de Cultura Valenciana, acuerdo que tiene la intención de acercar posturas y acabar de una vez con esta estúpida guerra interna de los valencianos, que en vez de reconocer la dificultad de unificar las muchas variantes del valenciano que se hablan y escriben en nuestra tierra, da pie a una minoría a imponer empecinadamente su criterio al resto, que eso si es separatismo y sedición.

En resumen, todo este maremágnum de mala leche y de peor intransigencia ha podido conmigo y con mi paciencia. Espero que tras las próximas elecciones la cosa se calme. Como también espero que la jerarquía eclesiástica llame al orden a Cañizares, o que el diálogo entre valencianos impere sobre esa intolerancia que tanto daño nos produce. Deseos que reparto por igual a “blaveros” y catalanistas imprudentes y desaforados, que no todos lo son.

Ya se me pasará, espero. Aunque de momento seguiré ausente ante semejante espectáculo y mantendré un periodo más sarcástico que sabático. Gracias por leerme una vez más y hasta no sé cuándo.

Twitter: @jsegurasuarez

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