Noches de bohemia

Noe Martínez / LIVING LA VIDA MADRE

…hay noches en las que te preguntas qué hacías tú, con tu tiempo, tus ganas de no hacer nada y tu aburrimiento enquistado, antes de que los niños llegaran a casa

SUGERENCIA MUSICAL, Noches de Bohemia, de Navajita Plateá

 
No todo en la vida multiplicada es idílico, tronchante o bíblicamente memorable; hay días, casi siempre noches, para qué mentir, en las que te preguntas qué hacías tú, con tu tiempo, tus ganas de no hacer nada y tu aburrimiento enquistado, antes de que los niños llegaran a casa. Hay días, con sus noches interminables, en los que no te quejas, ni chillas, ni lloras, ni te encierras en el baño a gimotear cual quinceañera con cinco quilos de más, porque no puedes; y no puedes, sencillamente, porque no dispones de tiempo ni de oportunidad. Porque es parir, y el centro de gravedad existencial se te desplaza, olvidándote de que por mucho que te marques un ‘hamster en la noria’ y sigas dándole a las patitas a toda velocidad, tu circunstancia individual, como ser o no ser, depende de la hora, tiene que tener su lugar, su turno y su yo qué sé que se hace cuando estás malita, mueres de tos, pero los niños tienen que hacer su pis nocturno, necesitan su consuelito pesadillero o simplemente, te avisan de que se van a quedar sentadiditos en la cama, con los ojos cerrados y oscilando de lado a lado, cual sonámbulos sedentes, para tomar el fresco y beber un traguito.

– Por favor, por favor, por favor, no puedo toser ahora… – Me tapo la boca con la mano, no muy segura de que la cosa vaya a funcionar.

Cooooof. Cooooof. Cooooorrrrf.

Justo cuando entro en la habitación del mayor para comprobar que todos los parámetros de felicidad nocturna está OK (tapado + no fiebre + cabeza apoyada en algún lugar coherente + no es un náufrago en una balsa de pis), toma, una de tos perruna y sonora. Una de esas toses escandalosas, que de no saber que mido 1.58, podría pensarse que soy como el Coloso de Rodas: ¡vaya reverberación la mía…!

Intentando reconducir mi mala suerte, me acerco al mayor, para arroparlo y asegurarme de que no lo he despertado. Aprovechando que el Miño pasa por Ourense, le doy un beso robado, así, como para que no se entere, pero de los que me encantaría recordase de mayor. Como un ninja del amor, muá.

Ya me marchaba de su ladito, pero…

– Mamita… – La voz de mi mayor me pilla desprevenida.

– ¡C*ñoooooo…! – Doy un respingo, a oscuras, y me asesto con el pie contra la esquina de la mesilla, que tiene a bien recordarme que el dedo meñique tendría que catalogarse como zona erógena: ¡será por terminaciones nerviosas! – Nicolás, hombre, que casi me matas de un sustoooo…

– Y tú a mí de una tos: ¿por qué vienes a toserme por la nocheee…? – Mi mayor protesta, dándose la vuelta y poniendo la pierna sobre la almohada.

– Oye, no seas así, que no vine a toserte, vine a taparte… – Vuelvo a toser, pero escondo la cara en el pijama, para que ensordezca decibelios.

– Pero no me tapaste, ¿o no te das cuenta…?

Efectivamente, no lo había tapado por enésima vez, así que, por enésima vez-una, tiro del edredón y lo dejo como envasado al vacío. Nicolás protesta porque no le dejo holgura para moverse, y saca un pie por uno de los laditos, como buscando frescura de madrugada. Se lo meto para dentro, nuevamente. Vuelve a protestar, pero esta vez ya no con carraspeo ni refunfuños.

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– ¿Y Lorenzo no está destapado? ¡Vete a taparlo a él, jolín, y déjanos dormir a mí y a mi pie!

Es muy de madrugada, estoy cansada, dolorida de cuerpo y mente porque los virus me tienen loca y podrida, pero no puedo evitar reírme. Al reírme, me falta el oxígeno, y la m*erda de tos vuelve al ataque.

No salgo de la habitación: huyo.

Voy a la habitación del bebé y compruebo que el pañal es, efectivamente súper absorbente y que todo está sequito. Le paso la mano por la frente, la idea de que tenga fiebre me da un miedo atroz, porque lo veo tan pequeño y tan ‘me cuiden, porplís’… Lo sé, no debería besarlo, pero qué leches, lo he parido yo: ¡es mi derecho! ¡Es mi tesoro! Aguantando la tos de las bowlings, me agacho y, justo cuando voy a darle el achuchón fenomenal, el pequeño se despierta…

– Oooohnooooo, ooooooohnoooo, auuuuuu, ssssss…

Oh, no. Au. Ssss. Pues mira qué bien, mi bebé protesta como una prima donna, una diva del bel canto, pero no se olvida de imitar a un lobito y un serpiente, animales que le hacen gracia millón. No sé qué me apetece más, porque besarlo y abrazarlo hasta que el corazón diga ya, mola indecible, pero poder toser a pulmón libre, haciendo tooooodo el ruído+estruendo+cofcofcof que me salga de dentro, tampoco está mal.

No puedo aguantar las ganitas, porque lo de toser y estornudar, sólo es empezar. Huyo, una vez más, a toda full speed, y esta vez mi dedidito del pie se da contra la silla-galán de noche. Maravilloso, mi dedo meñique es un geo radar: conozco sónares con menos habilidad para encontrar yacimientos de sumergidos de la antigua Alejandría.

– Ayayayayayay… – Dolor, dolorcito, cálmate un poquito. Como la cojita de la canción, a saltitos y a modo de rana, abandono la habitación del bebé.

Ya en el pasillo, me siento en el suelo, a celebrar que, por lo menos, no ha sido en el mismo dedito las dos veces. Zapatillas, Noe, zapatillas, me digo, dejándome caer en el suelo a conmemorar mi exitosa ronda nocturna. Con la espalda apoyada en la pared, cierro los ojos y pienso que no estoy haciendo nada especial, nada que antes no hubiesen hecho conmigo mis padres. Caigo en el saco mullidito de los recuerdos molones, y se me vienen a la cabeza imágenes en color sepia, quizá en formato Polaroid, en las que veo a mi madre dándome la medicina para los ataques de acetona, poniéndome a hacer pis a deshora, o compartiendo la cama de matrimonio, los cuatro miembros de la familia juntos, porque la menda ya se había hecho pis en su cama, en la de su hermano y ya no quedaban más colchones secos en los que pedir asilo.

Te haces mamá y te das cuenta que no hay nada de grande o de magnífico o de abnegada en tu manera de querer o cuidar. No hay gesto de cariño alguno que se genere de la nada, así, como por arte de magia potagia. Tu manera de querer es, sin darte cuenta, el tributo que rindes a los que antes te quisieron y amaron y cuidaron y alentaron a ser como eres, y lo hicieron siempre de forma incondicional; con tos, sin tos, con pena, con alegría, con sueño o sin él. Repites patrones de amor extremo, porque la infancia en la que te sabes y sientes como niña querida, es un regalo que te sigue y te persigue. Toses, sí, pero ellos son lo primero. Lección number one de ‘Bienvenida a la vida desdoblada que llaman maternidad’.

– Mamitaaaaa, quiero bebeeeeer…

Y yo toser a dos carrillos, me digo mientras me levanto, como si un muelle me impulsase el culo, para sofocar la sed de una de las razones más poderosas, enigmáticas, arrebatadoras, caprichosas y hermosamente adictivas que tengo la suerte de criar.

– ¡Qué buenita eres mami…! – Me regala mi primogénito, mientras se acurruca de nuevo en su almohada, feliz de haber bebidooooo y bebidooo y bebidooo a voluntad.

Cuando en las pelis cursis oyes eso de ‘muero de amor’. Pues no es una frase hecha. Así tuviese que tomarme el Bisolvón por litros, no me digáis…

noemartinez.es

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