Miedos y mieditos

Noe Martínez / LIVING LA VIDA MADRE

SUGERENCIA MUSICAL, Thriller de Michael Jackson

 

– ¡Mamita, Andrés me invitó a su cumple! – No puede haber noticia mejor, por lo visto, a juzgar por sus ojos emocionados – Yo ya le dije que sí que voy, pero tienes que llamar a su mamá, para que también te invite a ti.

Y llamar, llamaba, pero para que nos desinvitasen a los dos, porque para los que viváis esto de maternidad/paternidad como un algo futuro o quizá ya muy lejano, deciros que los cumpleaños de los niños 2.0 ya no son en casa, con un mantel de papel en la mesa del comedor y fuentes y más fuentes de sándwiches caseros, con rellenos tan clásicos como insuperables (esa Nocilla de dos colores, se me pongan de pie al nombrarla, porplís) y botellas de refresco de cola sin cafeína, en envase de 2 litros. Aquellos cumples, en los que jugar a la silla, al escondite inglés, o simplemente bailar, mientras a los papás se les caía la baba, pero muy espesa y lentamente, pensando en lo guapo+listo+sano+alegre+pavero es el niño de mis ojos.

– ¡Quééé bieeeeeen…! – Musito, intentando que confunda mi desgana con contención – ¿Y dónde es el cumple de Andrés, amor?

– En la piscina de bolas grande, la que tienen el cocodrilo hinchable que parece que come niños, pero no se los come, claro…

Nicolás se ríe, porque el hecho de que un hinchable con fauces fierísimas quiera comérselo pero en realidad sea de mentirijillas, le da la oportunidad de comportarse como un tipo valiente y destemido, de los que no se amedrentan con cosa alguna. O casi…

– A mí no me da miedo nada, ¿sabes, mamita? – Se queda pensativo, mirando a sabe Dios qué – Bueno, sólo me dan miedo los zombies, pero si vienen a esta casa, cojo mi espada láser y le doy laserazos y los hago papilla…

– Aha… – Sonrío, pensando en la papilla de zombie, que debe ser como carne picada cuya caducidad está pasada de fecha, claro – Pero es poco probable que venga un zombie a esta casa…

– ¿Sííí…? ¿Y Por qué…? – Mi mayor me clava la mirada, buscando, quizá, que mi argumento ahuyente, de una vez por todas, sus miedos ante una invasión de muertos vivientes.

– Poooor queeee… – 3, 2, 1 ¡va disparate…! – Los zombies prefieren aparecerse en casas donde hay una playa cerca, para ver si pueden darse un baño y conocer a una sirena.

Silencio.

– ¡No! – Nicolás menea la cabeza.

– ¿¡No…!? – Rebato.

– ¡No! – Nicolás vuelve a menear la cabeza, y me pide con la mano que lo intente de nuevo.

– Vale.

Silencio.

– Pues no pueden venir zombies a esta casaaaaa poooor queeee… – Chasco la lengua, me rasco la nariz y carraspeo – los zombies no van a casas donde hay niños de cuatro años y medio, súper fuertes y valientes, que pueden desmontarles el esqueleto, dándole un golpazo de Karate.

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– Eso yaaaa sí… – Nicolás menea la cabeza, en claro gesto de aprobación – Es que un zombie me ve a mí hacer Karate y se hace pis…

– ¡Ya te digo…! – Me río a carcajadas, ustedes entenderán: el razonamiento es maravilloso.

– Aunque me pregunto si los zombies hacen pis… – Mi mayor arquea las cejas y hace un puchero con los labios, tan tierno y tan ‘me lo como’ que no puedo sino abrazarlo sin medida, así, así, así, asíííí.

– Yo creo que llevan pañales, como Lorenzo… – Nicolás intenta zafarse de mi abrazo loco.

– Mamita, no pueden llevar pañales, ¿no ves que en el cementerio no hay cambiador?

Y ahí ya me mató de puritito amor, de lógica emocional nivel PRO. Razón a escape libre, creatividad desbordante.

– ¿De dónde has salido así de ocurrente, rufián…? – Me quedo mirando al hombrecito que es ya mi hijo, y no salgo de mi asombro.

– ¡De tu barriga!, que yo viví ahí, ¿o es que no te acuerdas? – Y me abraza a todo lo que le dan sus extremidades apoyando la cabeza en mi ombligo.

– ¡Ya lo creo que me acuerdo, que me tenías las costillas fritas a patadas! – Y simulo un coscorrón en su cocorota hermosa.

– Claro, es que entonces ya era Karateka… – Orgulloso, se sonríe e improvisa una llave de algo que va entre un arte marcial y la Lambada.

– ¿Así es cómo le vas a dar los zombies…? – Me río sin parar, la coordinación-descoordinación de la que hace alarde, lo requiere.

– No, a los zombies les voy a hacer así…
Y Nicolás levanta una pierna a todo lo que le da el tiro del pantalón y, fruto del esfuerzo, se le escapa un pedete.

Prrrrrr.

– ¿Oíste eso, mamita…? – Inquiere, con los ojos abiertos de par en par. Asiento con la cabeza, limpiándome las lágrimas, fruto de mi ataque de risa – Eso también es parte de mi plan ataca-zombies: ¡21 pedos al aire y los dejo finos, Filipinos, como en la peli de Gru!

– Acabáramos, es que no hay mejor forma de vencer a un zombie que gaseándolo, dónde va a parar… – No puedo dejar de reír, y él tampoco.

– Gasear no, mamita, pedorretear, que así los elimino mejor…

– No me cabe duda, amor, no me cabe duda…

Señores muertos vivientes, advertidos quedan: ¡cuesco va!

noemartinez.es

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