Sexo fuerte

Susana Gisbert
Que nadie se haga ilusiones. No voy a reeditar las Cincuenta Sombras de Grey ni nada parecido. Ni ganas, por cierto. Ni tampoco voy a cambiar de estilo y a inclinarme por algo subido de tono. Nada de eso tampoco. O puede que subido de tono sea. Pero de otro tono.

Leía el otro día un artículo que hablaba del sexo débil. Y no de prácticas sexuales de bajo nivel precisamente, no. De sexo débil para referirse a las mujeres. Como siempre. Y lo malo de ese artículo es que, aparentemente, pretendía defender a las mujeres.

Y ahí vamos. Digo que era aparente esa defensa porque acababa en los clichés de siempre. Pero hay más. Otra vez la canción de siempre. Que hay que defendernos, protegernos y acunarnos. Como si tuviéramos un plus de desvalimiento que nos hiciera necesitarlo. De debilidad, precisamente. Esa es la cuestión.

Justificaba el texto el empleo de la voz “sexo débil” para referirse a las mujeres por un tema de fortaleza física. Ahí es nada. Como si no conociera yo a más de una capaz de ganar en cuestiones meramente físicas a muchos hombres. Pero no es ésa la cuestión. O al menos no sólo es ésa.

Las cosas no son débiles sólo por su tamaño o consistencia. Eso es simplificar demasiado. Y menos todavía las personas. La debilidad no consiste únicamente en tener una complexión física más grande o musculosa, si se tiene. Una persona puede ser débil de espíritu, de mente y hasta de corazón, a pesar de medir más de dos metros y tener una masa muscular tremenda. Y, por el contrario, conozco personas menudas que tienen la mayor fortaleza que se pueda imaginar. Mujeres u hombres.

Por eso me niego a que me consideren “sexo débil”. Pero más aún me niego a que sean condescendientes conmigo y lo justifiquen en una diferencia de complexión física, que no de fortaleza. Y que me permitan, como se da un caramelo a un niño, que pueda coger las cosas a las que tengo derecho.

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Pero como quiera que el lenguaje no es casual ni sale de la nada, ese concepto es el que marca tantas cosas en nuestra vida. Los clichés, según los cuales somos quienes sufrimos todas las enfermedades y males y estamos expuestas a todos los peligros y tenemos que ser protegidas por un hombre. Miren los anuncios: solo nosotras sufrimos incontinencia, hemorroides o juanetes, solo nosotras les quitamos los piojos a los niños o dejamos la ropa más blanca que nada.

Y como de muestra vale un botón, todo un señor catedrático de la RAE nos obsequia con la perla de decir que cierta alcaldesa debería estar vendiendo pescado. No sé si para menospreciar a la alcaldesa o a las vendedoras de pescado, la verdad. O a ambas a partes iguales. Y no contento con ello, insiste. Como insisten quienes le defienden, alegando que no se trata de machismo sino de valorar la formación o la capacidad de la alcaldesa en cuestión. Cliché más cliché. Utilizando además el símil con una profesión tradicionalmente femenina, como si lo tradicionalmente femenino fuera por necesidad de menor categoría.

Despropósito más despropósito al que se une una conocida locutora que dice que machismo y feminismo son tonterías. Pues no, señora mía. Ninguna de ambas cosas puede ser tomada a la ligera. El machismo por el peligro que entraña y el feminismo por los logros que conlleva. ¿O acaso usted diría que democracia y dictadura son dos tonterías, y lo que importan son las personas?

Hay que cambiar esto. Somos fuertes o débiles, guapos o feos, altos o bajos, gordos o delgados, pero no somos nada de eso por ser mujeres o ser hombres. Cada cual es como es, independientemente de su sexo.

Así que señores, piénsenlo. Las mujeres no queremos que nos protejan. Queremos que nos respeten. Tampoco es tan difícil.

@gisb_sus

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