Entretenimiento

M con la A, ma

Noe Martinez

 

Noe Martínez / LIVING LA VIDA MADRE

SUGERENCIA MUSICAL, We will rock you, de Queen

Los bebés, esas máquinas maravillosas, combinación perfecta de neuronas, grasita en los mofletes, muslos que pliegan y pliegan y pliegan sobre sí mismos, cual cachorro de Sharpei. Los bebés, ese invento colosal en el que se lo juegan todo a penalties el amor, el cariño, la protección, el berrinche y el ‘si llega el fin de mundo, que me pille comiéndote a besos’.

Y de tooooodos los bebés, el mío es el regalo más delirante, único capaz de ponerme el flequillo con lo de atrás para delante con sólo oler sus manitos de pianista con la L de prácticas.

– Y a quién te parecerás tú, cosa bonitaaaaa…

Brrrrr. Brrrrr. Para los que no tengan hijos o ya hayan archivado la onomatopeya en cuestión, decir que, cuando hay bebés en casa, no hay cambio de pañal que no culmine en cucamona-pedorreta de mamá en la barriga del querubín. Porque de las diez cosas besables que quizá tengas la suerte de encontrarte en tu vida, la piel de tus hijos es el Top One.

Rindámonos, los seres humanos, criaturas inteligentes donde las haya, capaces de diseñar cohetes, de dar con medicinas que palian enfermedades de m*erda que no debieran haber existido jamás. Duchos, incluso, creando obras de arte magníficas y  rotundas (y no, no me refiero a Brad Pitt, aunque desborda razones para clasificarlo como una de las nueve Maravillas del Mundo Moderno, claro), partiendo de algo tan intangible y efímero como una buena idea. No se nos resiste un invento, porque si hay una posibilidad de hacerlo fácil, ahí estamos nosotros; salvo que sea un dispositivo abre fácil, claro, y entonces ya la cosa cambia, porque siempre termina haciéndolo todo difícil y ridículo (el hombre contra el opérculo del TetraBrick, s-ó-l-o  p-u-e-d-e   q-u-e-d-a-r   u-n-o, chanchan, chanchan, chanchan…). El ser humano, prodigio de inteligencia, y sin embargo…

– Esquetecomoeh, tecomoeh, tecomooooeeeeeh…

Que levante la mano el que no lo haya dicho alguna vez, muertesito en amor, ardiendo de ganas de conservar ese instante en una botella y ponerle un tapón de rosca, para que, cuando el día se complique, y tengas ganas de mandarlo todo a remar, hemos llegado destino, bienvenidos todos al Carajo, saques tu frasquito de cristal full of good vibes y te des a la única verdad que merece la pena, que no es sino ese polvo de estrellas que es amar a un hijo. Amar a tu bebé, que te ha salido de dentro, así, tan formadito y estupendo. Con sus orejas a cada lado de la cara, con su nariz centrada, sus ojos cual ventanitas vivarachas, su mentón partido, tan familiar como cinéfilo, tan Martínez y tan Sheen al mismo tiempo.

Yo, que veo un plano de montaje de la estantería KALLAX de IKEA y me perdí antes de ver si lleva tornillos o se fijan las juntas con chicle chupado. Yo, que tengo una concentración con timming, yendo y viniendo, yendo y viniendo, como abeja a la miel. Pues esa misma yo, que lo mismo me dejo las llaves dentro del coche que me pillo un dedo con la puerta de la nevera, he cocido dos seres humanos en miniatura dentro de mi barriga. Sin instrucciones. Sin ayuda. Sin atajos. Sin mirar el examen del compañero. ¡Y me han salido tan requetebién!

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– ¿Sabes qué, Lorenzo? – Respiro junto a su cuellito, aún sudado de dormir a pierna suelta en cuna – Así nos pongan falta en la guardería y me amonesten por llegar tarde a trabajar, este momento no nos lo quita ni Cutús…

Y mi bebé me mira, con guasa loca. Sé bien que no entiende ni paparrucha, más que nada, porque no he dicho coche, azul, sol, rojo, casa, galleta, agua, oso y/o yogurt, vocablos que le inspiran comunicación kinésica con el exterior. No sabe si estoy hablando ruso vintage (el ruso de toda la vida, vamos, el clásico, digo) o extremeño. Pero Lorenzo, que pertenece a la especie humana, capaz de cosas increíbles no sólo por lo que sabe sino por lo que percibe, intuye  que allí hay mucho love in the air. Me mira, me pone cara de chinito tomando picapica, me da un muá con más babas que un caracol, y dejo que los minutos pasen, pero no de largo, porque cierro los ojos y me los quedo. Me los regalo. Me los merezco, qué caramba.

– Mamamamamamamá…

– ¿Has dicho mamá, gandul?
Taquicardia nivel 5 en la escala de Richter.

– ¿Has dicho mamá?

– ¿Has dicho mamá?

– ¿Has dicho mamá?

– SíííííííííMiBebéHadichoMamáááááááá_ golpe en la mesa con la mano_ SíííííííííMiBebéHadichoMamáááááááá_ golpe en la mesa con la mano Doy un berrido tal, que los vecinos_ SíííííííííMiBebéHadichoMamáááááááá_ golpe en la mesa con la mano Doy un berrido tal, que los vecinos_ SíííííííííMiBebéHadichoMamáááááááá…

Y haciendo ritmos, cual Fredy Mercury en el mítico We will rock you, rompo a llorar, absurdamente feliz, porque que dijese mamá era de esperar, pero que fuese un lunes después del cambio de hora, y con el cansando Extra Long de una semana santa lloviendo sin poder salir de casa (dos niños encerrados = zoo casero), es lo más de lo más, el burro cuando alcanza la zanahoria después de estar hasta los mismísimos del truco y del circuito. Lo sé, el tinglado aquel del tipo que se tiró estilo libre,  desafiando los límites de la atmósfera, fue una asunto global, una causa de euforia colectiva mundial (no quepo en mí de gozo: el cosmos me aburre una jartá…), pero nada comparable con la sensación agradabilísima de saber que tu bebé necesita dejarte claro lo que serás para siempre jamás. Mamá.

Y mamá es un título de muchos galones. No me quiten ni uno, que los quiero todos para mí. Permiso, voy a ponerme un babero; la ocasión lo requiere, ustedes entenderán.

noemartinez.es

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