Conducir no es un derecho

Enrique Arias Vega / A CONTRACORRIENTE

No entiendo a quienes equiparan la conducción de vehículos a otros derechos y libertades básicas: la vida, la libertad y la dignidad… ¿Tan vital es para ellos la posibilidad de conducir? ¿Privar de ella a un ciudadano irresponsable supone cercenar su libertad y hasta su propia personalidad?

Saco el tema ante el homicidio de un ciclista por un anciano de 87 años que arrolló a todo un pelotón y dejó varios heridos en la calzada. El hombre, al parecer, había renovado su carnet al cumplir todos los requisitos. Pero, ¿estaba, en realidad, capacitado para conducir?

La misma pregunta me la planteé hace pocos años, cuando un amigo de 85 años perdió la vida junto a su esposa, en un aparatoso accidente de tráfico en un paso a nivel que no respetó. Obviamente, si no hubiese estado él al volante no habría muerto aquel día.

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Para muchos creadores de opinión en tertulias radiofónicas y televisivas conducir viene a ser un derecho ilimitado. Por eso se ponen como panteras ante la más mínima reglamentación de tráfico, como, por ejemplo, la limitación de velocidad. ¿Tiene eso que ver con que parte de ellos poseen coches de alta gama que conducen a velocidades superiores a las legales? Probablemente sí.

Uno opina justamente lo contrario que ellos. Viendo cómo conducen muchos de nuestros conciudadanos, se entiende el número de muertos en las carreteras y su secuela de heridos, mutilados e incapacitados varios,

Por eso, no me vale el argumento de que el protagonista del último suceso, con 87 años, cumpliese todos los requisitos legales. Eso quiere decir que dicha normativa resulta incorrecta. Todos los expertos saben que la incidencia de accidentes es mayor cuanto más elevada sea la edad de los conductores. Por fortuna, muchos ancianos se autolimitan a medida que menguan sus facultades y ellos mismos dejan de constituir un peligro para los demás.

Si hiciesen lo mismo (con o sin ayuda de las leyes) todos los criminales en potencia que van al volante, otro gallo nos cantaría. Con una décima parte menos de conductores en la carretera, conducir resultaría un placer relajante e inocuo. Claro que eso jamás lo permitiría la industria del automóvil.

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