#TaconesON

Susana Gisbert

Hace algunos días, un amable compañero de profesión y redes sociales, me hacía llegar un artículo en el que un bastante menos amable columnista la emprendía contra los tacones de aguja, abogando por su abolición en pro de la salud de la mujer y por considerarlos sexistas, amén de otras lindezas.

No dí crédito a lo que leía y así sigo. Mis tacones son una parte tan importante de mí misma que no voy sin ellos a ningún sitio. No sin mis tacones, vaya. Tanto es así que dan título e inspiración a mi blog. Que no en balde vivo toguitaconada.

Pues bien, el texto en cuestión habla de proscribir los tacones por el bien de la salud pública, nada menos. Hablando de los supuestos daños que causan en la anatomía de quienes los usamos y comparándolo con el ejemplo del tabaco. Ahí es nada.

Pero este señor tan ocurrente olvidaba un pequeño detalle. Que el tabaco causa daño y molestias a quienes pueden aspirar el humo del fumador, y de ahí su prohibición en lugares públicos. Y que quien se sube a unos tacones de 10 centímetros no daña a los de su alrededor, salvo que tropiece y tenga la mala suerte de caerles encima, claro. Igual ese era el riesgo para la salud pública que no entendí.

A veces se mezclan churras y merinas, como en este caso. Y tratar de sobreproteger a la mujer causa el mismo efecto que el que se quiere evitar: tratarla como un ser inferior que necesita ser guiado. Machismo, en cualquier caso. Y eso sí que no. No somos menores de edad ni tenemos ninguna tara por ser mujer que requiera el concurso de este hombre para que a su vez conmine a papá Estado para que me prive de mis tacones. Advierto que en ese caso usaré mi libertad de reunión y manifestación para montar una buena. Empoderadas y entaconadas, vaya que sí.

Podría decir para contraargumentar que se prohibieran esos bañadores slips apretados que lucen algunos hombres –aunque lucir no lucen demasiado- por temor a que se estrangulen sus genitales hasta dejarlos impotentes. Pero no lo haré. Odio las prohibiciones de este tipo, en uno y otro sentido. Allá ellos con sus genitales como yo con mi columna vertebral o mis juanetes. Si los tuviera, que no es el caso, no vaya a romper el glamur.

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Y por la misma razón, podría abogar por la prohibición del tocino, que causa colesterol, del marisco, que sube el ácido úrico, o de los merengues de nata por fomentar la obesidad. Pero no solo no se me pasa por la cabeza sino que si lo hiciera, mis lectores iniciarían un crowfunding –lo que venía siendo una colecta de toda la vida pero en versión cool- para ingresarme en el frenopático de urgencia. Y sobre todo, para privarme de un teclado donde escribir semejantes patochadas.

Pues eso. Que sin mis tacones no voy a ningún lado, y que no se atreva ningún señor a pedirlo por mí, salvo que se trate de mi médico y afecte a mi salud. Y sobre esa decido yo también.

Y en cuanto a lo del sexismo, esa es otra historia. No toda característica femenina implica sexismo, como tampoco lo implica una barba bien poblada en un hombre. Acabáramos.

No seamos más papistas que el papa. El feminismo, tal como yo lo entiendo y valoro, no me impide llevar tacones. Al contrario, me da el derecho a decidir si los llevo o no.

Y yo decido llevarlos. No sin mis tacones. Siempre #TaconesON

@gisb_sus

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