Perversión

Susana Gisbert

Dicen que el lenguaje es perverso. Y al pobre lenguaje le endosan una mala fama que no merece, con lo rico que es y lo vapuleado que está. Y con lo útil, dicho sea de paso. Para lo bueno y para lo malo.

¿Y por qué digo esto? Pues porque acabo de leer algo que hace que se me lleven los demonios. Y como no me apetece demasiado marchar hacia el Averno, pues prefiero hacer terapia de teclado y compartirla con los sufridos lectores que tiene a bien asomarse por aquí.

Porque no es para menos. Díganme si no. Cómo dar la vuelta a la tortilla en un nanosegundo sin sartén ni fuego. Solo con una palabra. Tal cual.

Pues bien, hete aquí que unos salvajes pretendían hacer unas concentraciones machistas en varias ciudades del universo mundo. Y claro está, indignación generalizada y cada uno empujando de donde puede para que esto no tenga lugar. Conseguido. Suspendidas las concentraciones. Prueba superada. O no.

Y lo que parecía ser una buena noticia vino a amargarme el día. Sin paliativos. Porque un periódico explicaba la cuestión como un logro de los colectivos feminazis. Como lo leen. Feminazis. Un insulto en plena cara de quienes logran algo positivo para todos, la suspensión de esas repugnantes concentraciones.

Señores, por dios. Feminazi es un insulto además de una palabra malsonante y horrible. Es el término que emplean quienes defienden el machismo frente a quienes defienden la igualdad. Tal como suena. Porque por si alguien no lo recuerda o no lo quiere saber, machismo y feminismo no son antónimos. El machismo defiende la supremacía del varón, el feminismo persigue la igualdad. Por eso el primero no puede ser objeto de ninguna asociación legal, y el segundo lo es de muchas.

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En definitiva, el machismo impide el ejercicio de los derechos que gracias al feminismo hemos conseguido. Y ponerlos en un mismo plano, con el insulto añadido, es una grave ofensa.

Y ojo. Por supuesto que hay excesos en las filas feministas. Como en todo. Pero se mide con distinto rasero. Mayores excesos hay en otros campos y nadie espeta estas barbaridades. ¿O acaso es malo ser aficionado al futbol por el hecho de que haya ultras que han llegado incluso a asesinar a sus contrarios? ¿Y alguien identifica a esos ultras con la afición futbolísitca?. Para nada.

Imaginen por un momento que a los ultras de futbol se les llamara futbonazis. Y que identificaran a todo el que fuera al estadio con ellos. ¿Verdad que se armaría una buena? Si ni siquiera a los malos les aplican un nombre ofensivo, que eso de Ultra igual podría aludir a un premio a la excelencia, a lo blanco que lava un detergente o a la capacidad de absorción de una compresa.

Pero cuando de mujeres hablamos, la cosa cambia. Y hasta para contar algo bueno parece necesario ofender.

Por eso, señores periodistas, piénsenlo antes de escribir una noticia. O de escupirla, como en este caso. Y resto del mundo, piénsenlo también antes de utilizar este infamante término.

El lenguaje no es perverso. Pero perversas sí pueden ser las personas que lo usan.

@gisb_sus

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